Más del 80% de la población en España vive en ciudades o zonas urbanas y según Naciones Unidas, este porcentaje se elevará a cerca del 90% para 2050. Esto se traduce en que en menos de 30 años, 9 de cada 10 personas habitarán una de nuestras ciudades.
Si hablamos de los retos que esto conlleva en un momento histórico clave, donde nos enfrentamos a diversos cambios de modelo (económico, energético, productivo, etc), la ecuación resulta sumamente compleja.
Por lo tanto, los grandes retos de nuestras ciudades son un cúmulo de profundas transformaciones que tenemos que acometer como sociedad y ellas dependen de la colaboración e interpelación de todos los actores: administraciones públicas, ciudadanía, empresas y entidades sociales, guiados por las metas de los ODS.
Uno de los mayores riesgos al que nos enfrentamos sin duda es el cambio climático y el inevitable impacto que este ya está produciendo y producirá en nuestros ecosistemas. Ahora bien, una lección que podemos aprender de cómo estamos luchando con él y que sin duda no está produciendo buenos resultados, es la reacción frente al problema, en vez de la prevención para evitar la amenaza.
Por el propio funcionamiento de nuestro modelo económico, estamos acostumbrados a esperar que los problemas lleguen para buscar una solución y aplicarla. Como nos está enseñando la crisis climática, este modelo no solo no es efectivo, sino que en muchos casos ya es tarde para actuar y lo que terminamos haciendo es aplicar medidas paliativas para evitar la catástrofe o en todo caso minimizar sus efectos.
Para aplicar una analogía en nuestras ciudades, podemos decir que el término Smart cities (ciudades inteligentes) está de moda. Es algo de lo que cada vez más gente habla, sin embargo no podemos llegar a entender el beneficio que tendrá sobre nosotras, la población. Lo cierto es que estamos en una fase, donde centenares de sensores y tecnología llegan a las zonas urbanas, ahora bien, el valor real que nos ofrece a las personas es muy limitado por el momento.
Siguiendo con el ejemplo, aplicar tecnología para medir puede aportar un gran valor, pero si no creamos los mecanismos para que toda esta información pueda servir para adelantarnos y evitar riesgos o directamente buscar vías para solucionar problemas, poco sentido tendrán las smart cities. Una vía para cambiar esta tendencia de repetir el error como hemos hecho con las crisis climática, son las Cognitive city. En este nuevo concepto emergente se habla de que “el tiempo real es demasiado tarde”.
Las ciudades congestivas buscan aprovechar la tecnología para predecir lo que vendrá en próximo segundo o en el próximo mes, aprendiendo lo que ocurre hoy y ocurrió en el pasado, de forma que nos aporte un valor real a las personas y no meros datos que la mayoría de casos son prácticamente imposibles de descifrar para las personas de a pie.
Desde este prisma, si volvemos a hablar de los grandes retos, son casi innumerables, ya que nos enfrentamos a transformar por completo nuestro modelo de convivencia. Si solo nos quedamos con los grandes vectores que serán los pilares de esta transformación, hablamos de cambios tan transversales como el modelo energético, la movilidad eléctrica, la rehabilitación de viviendas, reducción de las emisiones de carbono y la gestión de los residuos, los espacios verdes, etc.
No menos importante es el cambio de modelo productivo que lleva consigo el reto del empleo, donde harán falta millones de puestos de trabajo relacionados con sectores emergentes y por otro lado, la automatización hará que otros tantos ya no sean necesarios, afectando a personas de edad avanzada y en muchos casos de sectores vulnerables que no tendrán tiempo para reciclarse y volver al mercado laboral.
Sin duda es un reto con mayúscula y la clave será de táctica y estrategia, la ejecución y los resultados que obtengamos serán consecuencia de lo primero. Tenemos una gran oportunidad de diseñar un modelo que se anticipe a los problemas y cree unas ciudades sostenibles y pensadas para las personas que las habitamos.